martes, 22 de septiembre de 2009

Frente a la pantalla en blanco me percato nuevamente de que la palabra no tiene nada que hacer en esta situación, y son los hechos, sólo ellos, los que terminarán por tener alguna injerencia en la realidad. Me abocaré entonces a ello, me entregaré completo. Wish me luck.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Nostalgia anticipada

Octavio Paz dice en "La dialéctica de la soledad", famoso apéndice de El laberinto de la soledad (1950):

estamos condenados a vivir solos, pero también lo estamos a traspasar nuestra soledad y rehacer los lazos que en un pasado paradisiaco nos unían a la vida. Así, sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es la condición misma de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán [...] La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo, nos esperan al fin del laberinto de la soledad [...] En nuestro mundo el amor es una experiencia casi inaccesible. Todo se opone a él: moral, clases, leyes, razas y los mismos enamorados [...] Defender el amor ha sido siempre una actividad antisocial y peligrosa. Y ahora empieza a ser de verdad revolucionaria. La situación del amor en nuestro tiempo revela cómo la dialéctica de la soledad, en su más profunda manifestación, tiende a frustrarse por obra de la misma sociedad. Nuestra vida social niega casi siempre toda posibilidad de auténtica comunión erótica.

No hay mucho que agregar a esto, me parece. Cada quien tendrá, eso sí, su propia opinión, desde su perspectiva, aderezada con su experiencia personal. Cada quien estará, asimismo, dispuesto a hacer algunas concesiones para entrar o para salir de esa dialéctica de la soledad. Por lo que a mí toca, comienzo un camino a todas luces difícil, que me llevará años recorrer. Y es que yo sí quiero al amor en mi vida, y estoy dispuesto --antisocial, como siempre (la adolescencia gronchera me ha predispuesto, acaso)--, a defenderlo y, aún más, a tomar la iniciativa en la lucha. Lucha que, a fin de cuentas, no es enfrentamiento más que conmigo mismo, con mis demonios, con mis pendientes y mis miedos.

Yo sí daré un paso atrás para tomar vuelo; yo sí me detendré un momento a buscar aire, a respirar. Todo forma parte de este proceso de vuelta al mundo y a lo humano a partir de un anquilosamiento casi robótico, de una rutina servil, convenenciera, torpe y decadente, tan acorde a este, nuestro país y, como él, sin rumbo, de la que sólo los encuentros con la gente más cercana me había salvado a ratos. Me siento, de nuevo, en constante comunicación conmigo y con mis cosas, y eso ha llamado también al resto de mí mismo, disperso en el pensamiento y en la realidad, como antaño los gritos tribales, los tambores y los cuernos de batalla, para eliminar telarañas y cerrar círculos.

Tantas cosas. Me queda menos de un mes en Xalapa. Llueve todas las tardes. Por primera vez en mucho tiempo, siento que me muevo con el mundo y, aunque casi siempre estoy a gusto (y aunque estoy completamente convencido de lo necesario que esto se ha vuelto para mí y para lo que quiero, de que la decisión que he tomado es la correcta), a ratos, desde luego, llega el vértigo. Los días se aceleran y me llevan, espirales, a la nada, a la ausencia y a la soledad.