viernes, 31 de octubre de 2008

De mi funeral

Los funerales son en esencia rituales religiosos. En todas las culturas representan una despedida del mundo y de la gente, un último paso hacia la muerte incomprensible o hacia la vida eterna; la vuelta a la tierra --porque somos polvo--, al agua --al río mutable, al mar cíclico e inmenso, ambos, símbolo del tiempo místico: un tiempo fuera del tiempo en el que las almas habitarían antes de regresar a este plano--, al fuego --mediante un procedimiento práctico y seguro en que difunto y ataúd pasan a ser la misma oscura ceniza (y su postrer envío en esta forma al agua, al aire o a un cajón de la casa o una cenefa arriba de la chimenea, práctica secular cada vez más difundida; a mi parecer, el claro deseo del muerto de no ser olvidado, de estar presente en las vidas de los seres queridos)--.

Como en este tipo de actos es normalmente un sacerdote quien, aunque nunca haya cruzado palabra con el occiso, toma la batuta y, por una módica o no tan módica cantidad, practica sus sermones y discursos, a los ateos, cuando bien nos va, nos queda entonces una especie de reunión incómoda, en la que pocos se conocen entre sí, nadie se anima a largar un buen discurso y todos deambulan de un lado a otro, como esperando; sin saber qué hacer, los asistentes de manera continua voltean a ver sus respectivos relojes y se preguntan unos a otros si de verdad no va a haber misa (cuando nos va mal, no obstantes la firmeza de nuestra voluntad, nuestro conocido y reconocido ateísmo ni ninguna otra cosa, se celebra en nuestro nombre una ceremonia religiosa y se reza por el descanso eterno de nuestras almas).

Para mi funeral yo quiero dejar escritos un discurso, un esquema de la distribución del jardín en el que se realizará la ceremonia, mi testamento (que será leído ahí mismo y, con suerte, constará de un poco más que una pobre colección de discos y una aún más pobre de libros), una lista de invitados, una de oradores (quien quiera apuntarse, puede hacerlo de una vez) y otra de canciones para que sean reproducidas durante el acto.

Sé lo trillado que esto sonará --se leerá--, pero espero que sea una bonita fiesta y que todos la disfruten. Cuando termine y vayan de regreso a sus casas digan o, por lo menos piensen, "Ay, ese Paco".

jueves, 30 de octubre de 2008

26

miércoles, 29 de octubre de 2008

De números

Pues que ya salió la tercera entrega de las aventuras numerológicas de la Madama Coyotítotl.

Ínstolos y conmínolos a seguir este enlácelos. Azúzolos para que háganlo.

Abrázolos.

martes, 28 de octubre de 2008

De nombres

Nunca nadie ha pronunciado mi nombre verdadero. No me refiero, por supuesto, a aquél por el que me conocen mis parientes y amigos, con el que firmo y aparece en mi acta de nacimiento y en todos mis papeles oficiales: aunque maquillado por el segundo apellido, ese es el nombre de mi padre.

El viento o el vaho deben haber susurrado alguna vez al oído de mi madre, mientras dormía, mi nombre verdadero. Ella debe haberlo perdido en el umbral de la conciencia, justo antes de despertar, en duermevela.

La ventana enmarcaría entonces un falso retrato del otoño (que no existe como tal en el trópico), del que un desnudo macuilí sería la única inconsistente prueba (estos árboles permanecen de ese modo durante la mayor parte del año).

Mi madre debe haberse entonces levantado con el alba y, acariciando su abultado vientre mientras miraba por la ventana, una ligera preocupación, una especie de confusa e indefinida nostalgia la habría invadido sin remedio: mi verdadero nombre se había perdido para siempre.

Yo tampoco lo conozco.