Mostrando entradas con la etiqueta gente. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta gente. Mostrar todas las entradas

lunes, 27 de julio de 2015

Oda D&D, tercera parte

[Actualización final: miércoles 29 de julio, 09:00 (edición menor]

Este texto, que comencé hace mucho tiempo, y recién reencontré y terminé, está dedicado a los buenos amigos con quienes durante mucho tiempo jugué Dungeons & Dragons (ah, las delicias de la ñoñez), y es en buena medida continuación de un par de textos titulados:


Venga, pues.

- - -

Ciclos de sol y de luna
uno a otro en estampida
han pasado y la partida
no hay modo que se reúna.
Si bien sabemos que una
parte se ha juntado ahí,
también sabemos que y,
aunque sea bien recibida,
una parte de partida
no es una partida en sí.

Lo que daría si pudiera
una vez más ser el máster.
Ni una Fender Stratocaster
y un contrato de disquera
se me antojan tanto: Quiera
la fortuna que se pueda;
que se termine la veda,
se reúna la partida;
preparemos una huida
y retomemos la vereda.

En eso estaba pensando
el licenciado Linares:
en fantasiosos lugares
en vez de estar diseñando.
Ese día él estaba al mando
de todita la oficina
y se metió en la cocina
aprovechando la fiesta
para echar la buena siesta
después de una gelatina.

Sentado, pues, en la silla, 
cabeceando sin reparo
pensó en algo un poco raro:
Le apretó una zapatilla
o zapato con hebilla
de los que él utilizaba
sólo cuando viajaba
a la feria pueblerina.
Entró, pues a una cantina
y se vio luego que cantaba:

Oh, dios Boccob, el gran sabio,
canta dónde están los héroes
(o, bueno, los antihéroes);
dímelo, guía mi astrolabio.
De lo ocurrido, un resabio
permanece en mi memoria:
recuerdos de fama y gloria,
luchas, premios y medallas
obtenidos en batallas
que pasaron a la historia.

Recuerdo también un risco
y un platanar abundante
(recuerdo muy agobiante;
tanto o más que el basilisco;
merecería un asterisco
con nota al pie del papiro:
“ * Esto fue sólo un suspiro
en medio de la aventura
de ahí en fuera, fue la cura,
cual espiritual retiro,

de la fatiga del mundo”).
Pero basta de coloquio,
circunloquio y vaniloquio,
y vamos a lo profundo,
sin perder ya ni un segundo,
a hablar lo que nos ocupa;
el tema que nos agrupa
y nos reúne en esta instancia
es de vital importancia
y lo observaremos con lupa:

De nuestros héroes, ¿qué ha sido?
¿Qué, de Nuye el formidable,
de Asteroth invulnerable,
de Ludwig, el deprimido?
¿Ali-Khan a dónde ha ido?
¿Qué ha sido de Beahrain-Jeno?
¿Y Frjöpjoffur? ¿Que ya es bueno?
¿Que Georgia lo recompuso?
¿Chuchoriethko se repuso
de su perfidia de lleno?

Boccob: no oigo que gloses...
Si entre tú y el Pelor charlan,
canta tú, Kord; canta, Fharlanghn;
canta, Obad-Hai; los dioses
mayores siempre traen poses
y se creen muy importantes
para hablar con ignorantes
mortales (así nos llaman).
Ellos sólo crean y traman
y proclaman hierofantes.

Y hete aquí lo nunca visto
en la historia conocida;
ni sabio alguno, ni druida,
ni doctor, ni genio, insisto,
pudiera haberlo previsto:
Se hizo de pronto un fuego
y toda deidad del juego
Calabozos y Dragones
para honrar a los campeones
entonó este canto luego:

"Localiza en el gran mapa
donde alguna vez vivieron
los héroes que nos reunieron:
En el Valle de Khal-Appa,
aún ahora, a espada y capa
viven Chuchoriethko y Nuye
(el que dice que no huye)
como los hermanos Borgia.
La lista también a Georgia
y a Ali-Khan, la bruja, incluye.


"(Ella sigue muy tranquila
dando clases en la escuela
y pronto hará a su madre abuela.
Mientras, Nuye ya maquila
una fiesta con tequila
para remojar los belfos.
¡Ni el Oráculo de Delfos
predijo con precisión
la nueva generación
de pequeños brujos elfos!)

"También Frjöpjoffur, si puede,
cuando lo deja el laburo,
pensando que en un futuro
no tan lejano quede
en su tan ansiada sede:
el valle de la araucaria
y no componga maquinaria
sino salte, corra y ría
antes que Alana y Sofía
salgan de la secundaria.


"No muy lejos vive Eufemia

(aunque no esté en la pregunta),
quien fungió de DM adjunta,
a quien esta vida premia
no con premios de academia
ni de institución alguna
sino con vivir en una
linda playa, y de pilón,
un familiar: el hurón
que comparte su comuna.


"Hacia el centro de Gencrah

se levanta Defetonia.
Desde antes de la Colonia
era ya una gran ciudá.
El buen Beahrein vive allá
y —¡vaya cosa!— se ha casado.
Matrimonio consumado:
Daniela Corro Paredes
es el vivo ejemplo, viedes,
del trabajo realizado.


"Puedes continuar el tour:

Si aúpas a tu rocino
y tomas otro camino
que avance, en cambio, hacia el sur
(lo decimos sin albur),
y sostienes bien la brida,
te encontrarás con el druida
Ludwig K., y el paladín
Asteroth, y así, por fin,
completarás la partida.

"Allá han ido, con los años
envejeciendo de a pocos,
unos cuerdos, otros locos,
ya muy sociables, ya huraños.
En los varios entrepaños
de libreros no-olvidados,
los personajes narrados
aprenden de arte y de ciencia
y suman puntos de experiencia
al auspicio de los dados.

"¿Qué otra cosa se le ofrece
a vuesa majestad gloriosa?
¿Quisiera alguna otra cosa
que este panteón pudiese
otorgarle a usted, maese?...
¡¡¡Bardo vil de pacotilla!!!"

Y una larga trompetilla
retumbó en el centro mismo
de la Tierra y un abismo
a la mesa de la silla

para siempre separó
(la silla en la que dormía
el Dungeon Máster, vacía),
y así el delirio acabó
tan pronto como llegó
despertando su emoción;
lo advirtió con aflicción:
los dioses ya se habían ido
y con ellos, el gran ruido,
que dio fin a su canción.

Los miembros de la partida,
aun distantes, no durmieron
esa noche; no pudieron;
lo impidió cruel y aguerrida
una voz desconocida
formada de muchas voces.
Tristes, alegres, feroces
ridículas y muy graves
duras, soberbias y suaves
les susurraban veloces:


"¿Qué sentimiento campea?
¿A qué viene esa congoja?
Mejor busquen ya su hoja
y reúnanse en donde sea.
El chiste es que se vea
que pa’ más la party daba.
Algo el Máster proclamaba
y a nos nos parece bien.
¿Quién dijo septiembre, quién?
¿Finde largo en Orizaba?"

miércoles, 24 de junio de 2015

Heimlich*


Gabriela había decidido que con aquella comida terminaría la temporada de pesadilla que estaba viviendo. El café que degustaba, fino y recién molido, significaría un punto final a todo aquello. Recién cumplía su cuarto mes sin empleo. Había renunciado al anterior, como correctora de estilo para la editora de gobierno del estado, tras la promesa de uno nuevo, en una editorial de prestigio, en donde se desempeñaría cotejando y corrigiendo traducciones: un trabajo mejor pagado y más sencillo, que le permitiría enfocarse de lleno en su obra; al final, y tras una fusión entre esa empresa y otras trasnacionales del ramo (merging, según decía el último, escueto, correo electrónico que recibió), el puesto que le habían ofrecido desapareció, dejaron de contestar a sus correos y hasta el conocido que la había buscado para el trabajo cesó de recibir sus llamadas y aparentemente la bloqueó de Facebook y de Whatsapp.

De haber sido otras las circunstancias que rodearon su renuncia, seguramente hubiese intentado recuperar su antiguo empleo, pero había partido con bombo y platillo, prodigando una larga retahíla de hirientes insinuaciones a quien fuera su jefa directa, quien se sintió gravemente insultada. Insinuaciones, todas, pensadas y bien merecidas. Había partido, pues, como una heroína para sus compañeros, quienes, agazapados en sus respectivos cubículos, sintieron por primera vez defendidos sus derechos. Alguien, incluso, no pudo evitar aplaudir. Fue un solo aplauso, incipiente, que se apagó enseguida, pero que todos notaron. Al dejar aquella bodega húmeda y oscura, respiró largamente, sonriendo, y no pudo evitar sentirse un poco superior a los compañeros que había dejado atrás.

Aquel mismo, funesto, día se agotaba el período de su beca del PECDA; aún no había entregado el trabajo final: le faltaba concluir y pulir el último cuento de la serie proyectada, pero tenía confianza en que podría aprovechar para ello las varias horas diarias de las que dispondría a partir de su renuncia, y terminaría justo a tiempo para integrarse a su nuevo espacio laboral. Todo tenía cariz de miel sobre hojuelas (frase esta última que ella había eliminado varias veces del cuento en el que trabajaba, por considerarla trillada y banal). Pero fue sólo llegar a su casa, y ese futuro imaginario comenzó a derrumbarse.

Gabriela pensaba en eso, en todo eso al mismo tiempo, cuando un comensal cercano se levantó con la cara morada de asfixia. Sus compañeros de mesa dejaron de reírse y comenzaron a gritar pidiendo auxilio. Gabriela salió disparada de su asiento. “Con permiso, con permiso”, dijo, y avanzó entre los mirones que se amontonaron con rapidez. La obstrucción parecía grave; el sujeto ya no tosía ni emitía ruido alguno; estaba claramente a punto del desmayo. Sólo de verlo supo que sería imposible rodearlo con los brazos; las compresiones tendrían que ser torácicas. “¡Soy Gabriela González y conozco primeros auxilios!”. En un solo movimiento, ella jaló al sujeto y colocó una silla entre él y la mesa. “Usted, señor, el de celular; llame al cero sesenta y cinco y notifique que están sufriendo una asfixia por atragantamiento en el restaurante Bianco; mencione la dirección”. Inclinó al enorme tipo sobre la silla, le dijo: “Permanezca tranquilo, voy a intentar expulsar la obstrucción”, y empujó: “¡Uno!”, mississippi, “¡dos!”, mississippi, “¡tres!”, mississippi, “¡cuatro!”, mississippi, “¡cinco!”, mississippi, “¡uno!”, mississippi, “¡dos!...”. Una masa irreconocible salió disparada de la boca del afectado y cayó justo en el florero de cristal que funcionaba como centro de mesa. Algún observador hizo mentalmente la analogía con un pez de carne deshaciéndose en su pecera. El hombre jaló aire con grandes ademanes y recuperó su color rosáceo casi enseguida. Gabriela lo instó a sentarse en medio de una lluvia de aplausos, que a ella le provocaron mucha pena.

Cuando minutos después llegaron los paramédicos, quienes procedieron a realizar un chequeo rutinario, todo parecía estar en orden. Le dijeron al sujeto en cuestión que había tenido mucha suerte; que estuvo cerca de morir asfixiado; que tuviera más cuidado al comer. Él volteó a ver a Gabriela, le dio encarecidamente las gracias y se presentó: “Genaro Gámez, para servirle, en lo que usted desee” y, acto seguido, buscó y le extendió una tarjeta de presentación. Gabriela se presentó también, nuevamente, y le resultó divertido el hecho de que tanto en su apelativo como en el de quien acababa de rescatar (sí, de rescatar, con todas sus letras, aunque le diera tanta pena; y además, era nada menos que la cuarta persona que rescataba en circunstancias similares), el nombre de pila y el apellido compartieran la misma letra inicial: el tipo de casualidades que ella ocupaba en sus textos de ficción. Para entonces, el dueño del local estaba junto a ellos, y buscaba el momento para ofrecer disculpas, prometer comidas de cortesía y, como de paso, eximir al restaurante de toda posible culpabilidad. Con los ojos indicó a un mesero que estaba cerca de ahí que retirara el florero, en cuyo fondo el horroroso bocado no terminaba de asentarse. Al regresar a su mesa y revisar la tarjeta que le habían entregado, Gabriela se percató de que Genaro Gámez era dueño de una editorial de cierto renombre asentada en la ciudad y pensó que al fin, y pese a todo, le sonreía el destino.

Gabriela bebió de golpe el café restante (casi la mitad de la taza), que estaba ya considerablemente frío. Preguntó si le podrían dar otro, de cortesía. El mesero se negó inmediatamente: “No hay refill”, dijo, orondo. Ella le preguntó si le era posible hablar con el dueño, a lo que el mesero respondió que ya se había ido. Gabriela se molestó; pensó: comidas de cortesía, ajá, pero aparentó tranquilidad, pidió la cuenta, pagó y se fue.

Tomó, como solía, el camino equivocado, hacia la casa que había compartido durante casi cuatro años con su pareja, quien ese mismo horrible día del que ya hemos hablado le informó, mediante una llamada telefónica, ya un poco tarde en la noche, que no seguirían juntos, que no se preocupara, que él se iría de la casa, que ya había llamado a una mudanza y que enviaría por sus cosas a la mañana siguiente. Recordó al caminar que hasta después de aquella llamada reparó en las muchas cajas que había en la sala; tan ensimismada había estado cuando llegó, tras su renuncia.

La tristeza de aquel día, si bien no había terminado de pasar, regresó con fuerza renovada. Desde entonces, sucedió el incidente por el cual seguía sin trabajo (desarrolló en ese tiempo un sentimiento parecido al odio contra la palabra merging), se había gastado sus ahorros entre el pago íntegro de un par de meses de renta con todo y servicios y la muy reciente mudanza final, a su vieja habitación en casa de sus padres (la cual, para su disgusto, seguía decorada como un cuarto infantil, con, por ejemplo, decenas de peluches en distintos estantes y sobre la cama). A pesar de que se alegró de ver a sus padres entusiasmados con la idea de su regreso, ella consideró el hecho como una derrota deshonrosa para su vida. Tras la enésima discusión con su madre, quien desde luego la trataba como a una niña, decidió gastar el poco dinero que le quedaba en comer en ese restaurante, al que siempre había querido ir con su ex novio.

Al otro día, por la mañana, se apersonó en la editorial de la cual Genaro Gámez era dueño y solicitó hablar con él; “de parte de Gabriela González”, dijo; “nos conocimos ayer, en el restaurante Bianco”. Llevaba una carpeta con su curriculum vitae y algunas muestras de su trabajo editorial. “Que si qué se le ofrece, que no puede recibirla en este momento”, le dijo la recepcionista, mientras mascaba sonoramente un chicle (Gabriela eliminó a un personaje similar de uno de sus cuentos, por lo mismo, por trillado; le pareció entre curioso y exasperante que hubiese gente así en la vida real). “Quiero ofrecer mis servicios como editora”, dijo; “esperaba poder hablar con él en persona”. El personaje a quien ella había expulsado de su cuento actuó previsiblemente, diciéndole que le dejara la carpeta, que ellos la llamarían.

Para su sorpresa, en efecto hubo una llamada, ese mismo día, por la tarde. La voz chillona (sí, era ésta el absoluto, insoportable, arquetipo de la secretaria) del otro lado del auricular la invitaba a una reunión con el señor Gámez al día siguiente a las dos de la tarde en el restaurante en que se habían conocido, pues él quería convidarle la comida tranquila que, en sus palabras, le había robado el día anterior, y asimismo, hacerle una propuesta de negocios. Ella accedió, con cierto entusiasmo.

Tuvo un poco de problemas para elegir su atuendo; al final, se decantó por un traje sastre que le prestó su mamá (y que le quedaba mucho mejor a ella). Llegó puntual a la cita; había una mesa pequeña reservada. El capitán de meseros le indicó que el señor Gámez llegaría un poco tarde, pero que había dejado instrucciones para que la atendieran a su gusto. Le pareció un excelente detalle. Pidió sólo un vaso de agua, y se dispuso a esperar.

Cuando Gabriela estaba ya por irse, tras casi dos horas, Gámez apareció en la entrada del restaurante, un tanto sudoroso. A ella le recordó un puerquito sonriente, y le extrañó que no llevara la carpeta. Casi podría decirse que él se sorprendió al verla, pero se disculpó en forma efusiva, con grandes aspavientos, como aparentemente hacía todo. Pidió una botella de vino y la carta; solicitó que acercaran su silla a la de Gabriela. Este hecho la incomodó considerablemente. Gámez adujo que prefería estar cerca para hablar de negocios, pues en estos casos era un “apasionado de la discreción” (esas fueron, por lo menos, sus palabras, que Gabriela, por supuesto, no creyó).

Su anfitrión llamó por su nombre a un mesero, pidió de entrada una ensalada de mozzarella de búfala y solicitó que le recitaran el especial del día. Comenzó entonces a hablar, a grandes voces, de cuando él había llegado a la ciudad, años atrás, y había puesto su incipiente empresa editorial; que entonces ese restaurante era una fonda en el que él comía casi a diario; que le había costado mucho trabajo ascender; que la edición era una labor ingrata, pero por supuesto tenía sus momentos de felicidad. Cuando Gabriela comenzaba a impacientarse, Gámez cambió el tono de su conversación, y comentó que estaban viviendo tiempos difíciles, y habían tenido que despedir en fechas recientes a mucha gente valiosa, que desgraciadamente no tenían espacio para ella en ese momento, pero que seguramente podían ocupar otras habilidades suyas. Gabriela escuchó con desagrado el énfasis en la palabra “habilidades” y, en ese momento, sintió la fofa mano del tipo asentándose sobre su muslo derecho, por debajo de la mesa. Se levantó, indignada, y sin decir palabra se dirigió a la salida.

Al llegar a su casa (o sea, a la casa de sus padres), se encerró en su recámara y lloró, como tantas veces siendo niña. Sintió que se cernía sobre ella una nueva depresión, pero en esta ocasión no la dejó avanzar. En un arrebato, comenzó a embolsar los peluches con la intención de regalarlos en donde pudiese, desmontó las estanterías, cambió las sábanas, quitó los cuadros de las paredes, reacomodó su habitación. Al terminar, se sentó a la computadora, revisó nuevamente su curriculum y lo envió a todos sus conocidos, anunciando que buscaba empleo; luego, preparó su perfil en diferentes sitios web de búsqueda de trabajo; por último, terminó, en un par de horas, el cuento que había dejado inconcluso durante meses, revisó la colección completa, y la envió a su asesor del PECDA.

A los pocos días, y con cierta calma que le daba el haber recién terminado una traducción que le permitiría vivir con holgura durante un par de meses, se convidó a sí misma una buena comida en Bianco, para cerrar ciclos, se dijo a sí misma. Sus gustos eran frugales, pero se permitió algún pequeño exceso en el postre. Por fin había comido ahí con tranquilidad y sin interrupciones. Ya había pagado la cuenta, y disfrutaba su café. Era realmente bueno. Se sintió plena por primera vez en mucho tiempo.

En eso, un hombre a quien ella nunca había visto, que departía con gran pompa en una celebración de cumpleaños en una mesa cercana se levantó y, con desesperación, agitó los brazos y se llevó las manos al cuello, señalando claramente que se asfixiaba. Sus tosidos, al principio insistentes, se fueron poco a poco separando, y luego cesaron. Casi enseguida su cara se tornó pálida y después morada.


Gabriela terminó su infusión lenta, parsimoniosamente.


                 

*Publicada originalmente en la sección Cultura y Letras de La Jornada Veracruz, en su edición del domingo 10 de mayo de 2015. Olvidé, aunque ya lo había pensado, dedicárselo a mi madre. Pft.

lunes, 28 de enero de 2013

Un breve diálogo en décimas

He decidido consignar aquí en el blog los ratitos de creación que surgen de cuando en cuando, durante días cualesquiera, para separarlos un poquito del resto.

Hoy tuve un breve diálogo en décimas con mi querida amiga Daniela Meléndez, fandanguera de coraza y avezada repentista que no siguió nomás porque se me atravesó un montón de chamba pendiente, jojo. Vino a raíz de esta info que publicó en su cuenta de FB (desconozco la fuente original):
Vírgula básicamente significa: emisión del sonido, de la voz, de la palabra, del lenguaje. La vírgula aparece en los códices aztecas, representando la palabra.
Significa divinidad, vida, vibración, respiración, frecuencia, aire, o sea el soplo necesario para que la garganta, comandada por el cerebro, emita, tenga resonancia, timbre y tono para ser articulado por la lengua que difundirá al final y como un todo, un conjunto de palabras dictadas por la herencia, a la vez que por la historia y la cultura: el idioma, la palabra en movimiento. 
Los pueblos antiguos utilizaron una lengua o vírgula (se lee como tlahtohua, hablar) para expresar la palabra, dado que la lengua es el órgano principal y aparente para producir el habla. El canto es un habla producida con un mayor esfuerzo y adornada con inflexiones agradables; una lengua o una vírgula de mayor tamaño de la que expresa el habla y con dibujos ornamentales, fue admitida para representar el cantar.
De ahí, vinieron los primeros versillos:
Aunque ha sido admitida
para así representar
aquel glorioso cantar
cuya palabra fluida
exaltaba ya la vida,
ya la muerte, ya la flor
o lo fugaz del amor,
yo a la vírgula le saco.
De lengua me como un taco
y lo digo sin dolor.
A lo que ella respondió:
Aún no me queda entendido
si vírgula es la palabra
o la lengua con que labra
la palabra su sonido,
pero quede establecido
que de la expresión en pos
puede ser una o las dos;
lo importante en la cuestión
es sólo la expresión
del corazón a la voz
Y yo:
Del corazón a la voz
la palabra no está sola:
ya sea nahua o española
el sentimiento es feroz
y feliz; patada y coz
y murmullo que acaricia.
Vaya, que es una delicia
este medio de expresión
del que el puro corazón
se hace dueño con justicia.
Y, finalmente, ella:
Se hace dueño con justicia
porque así debe de ser.
La expresión es un deber
que seguro nos envicia.
Con belleza o con malicia
hacia el viento se ha de ir;
nadie nos va a reprimir
aunque deje cicatrices;
mas cuidado en lo que dices
pues se te puede cumplir.
Y pus ya, nomás eso. Pero como que quedó chulo, ¿no?

Salús, pues, banda.

martes, 4 de septiembre de 2012

Requiescat In Pace, Michael Clarke Duncan

Cuando apareció Armaggedon en 1998, esa película pésima (y encantadoramente palomera) uno de los temas habituales entre quienes recién ingresábamos a la escuela preparatoria no era tanto el heroísmo de un grupo de seres humanos comunes y corrientes para defender al planeta, ni el sacrificio de Bruce Willis o la consecuente pérdida del padre para Liv Tyler; ni siquiera, vamos, sus sorprendentes curvas o la insistencia en que ella era "la chava que salía en los videos de Aerosmith", sino el tamaño del tipo, hasta entonces desconocido (aunque ya llevaba algunos años en el medio, haciendo papeles menores), que había hecho el papel de Bear. Todos estábamos seguros de que lo veríamos de nuevo. No sabíamos, eso sí, con qué tanta frecuencia.

Al año siguiente, sorprendió a todos con su actuación en The Green Mile, papel con el que fue nominado al Oscar y al Globo de Oro, y ganó un premio Saturn. Desde entonces trabajó incansablemente en un gran número de proyectos --casi 80--, entre videos musicales; videojuegos; series, films y animaciones para TV y, por supuesto, películas de cine, en varios géneros.

Imposible resulta saber si ese ajetreado ritmo de trabajo influyó de alguna manera en el problema cardíaco que demostró sus síntomas de manera intensa a partir de mediados de julio de este año. Al menos en apariencia, era un tipo tranquilo y relajado, con una sonrisa fácil y gran amabilidad, a pesar de su gran carga de trabajo y de ese enorme corpachón que tenía, por lo que no era difícil identificarlo con la figura de gigante bondadoso.

Aquí, una de mis escenas favoritas entre las muchísimas en las que apareció durante su larga y fructífera carrera, y que justamente platicaba entre risas con mi hermano Rodrigo la noche del 2 de septiembre, unas horas antes de su muerte.



martes, 2 de noviembre de 2010

Rol decimal

[Actualizada a las 10:00pm]

(Continuación de la calavera de Nuye).

Tras los cantos y los vinos
pa’ celebrar la no-muerte
de Nuye, a quien, por suerte,
salvó el dios de los caminos,
la party de adamantinos
héroes yace bajo tierra
descansando de la guerra,
de la peste y otros males,
en las zonas abismales
de una selva entre la sierra.

Pero no has de preocuparte,
escucha del canto mío;
aleja ese escalofrío
y disfruta de mi arte:
Los dueños del estandarte
del heroísmo más puro
’stán más vivos, me aventuro
a decir, que lo que nunca
han estado, y nada trunca
su vida en el pozo oscuro.

Y me explico, si prefiere
vuesa merced que lo haga:
La partida entera vaga,
como si se compitiere
(Behrein canta un miserere)
para ver quién vaga más,
y así llegaron nomás
por la leyenda local
a un baño de temazcal
para estar un rato en paz

antes de partir al viaje,
pues se acercaba la hora
tras semanas de demora,
de fiesta y libertinaje
(¡ah, con estos personajes!).
Así, pues, se despidieron
tan pronto como salieron
del baño de temazcal.
Alguno lloró (es normal:
eso todos lo admitieron).

Acaso por verse, todos
se sintieron remozados
al salir hacia los lados
a que partieron, ni modos.
O acaso fueron los lodos
del temazcal secreto
al que fueron como un reto
durante la gran verbena
lo que les quitó la pena
y la vejez por completo.

No sabían los precedentes:
aquella cueva lodosa
(nadie dijo alguna cosa
sobre las piedras calientes
más que Behrein, entre dientes:
“Oh, por Pellor, this feels good”),
era el lugar de virtud
que cantaban los sapientes:
Los manantiales, las fuentes
de la eterna juventud.

Partió, pues, solo, hacia el norte
el clérigo Berenjeno,
donde tradujo lo ajeno
con destreza y con buen porte,
esperando el pasaporte
muy pronto poder sellar:
ver, conocer y viajar
por decenas de países.
Solamente echar raíces
cuando encontrara su hogar.

Tomaron rumbo común
el ranger y Chuchoriethko.
Llevaban sólo refrezco
y algunas latas de atún.
El mediano montaba un
elegante pony blanco,
mientras Nuye, a salto y tranco,
avanzaba sobre él
como si fuera un doncel,
un virtuoso saltimbanco.

No tan lejos, Ali-Khan
—esa bruja poderosa,
certamente, ma che cosa!
que domina el huracán,
el rayo, el trueno, el volcán... —
con sapiencia natural,
a la juventud mortal
ella adoctrina con gana
pa’ que el brujo del mañana
sea un orgullo universal.

Con Frjöpjofur marchó Alana,
que aguantaba sus esquemas,
sus planes, estratagemas
y su mirada insana
con paciencia sisifeana
y dotes de enamorada.
La locura fue curada
y fray Frjöpjofur también
se hizo un hombre de bien,
sano hasta en la mirada.
(Al principio iba también
una dragona plateada)

Hacia el sur fue una partida;
eran dos: Ludwig Kaled
(medio elfo, sepa usted),
el aguerrido druida
con su armadura bruñida
y Asteroth, el paladín,
poderoso espadachín,
con deteriorada fe,
toneladas de HP,
argüendero y parlanchín.

Anduvieron largo trecho
por un risco interminable
y aunque no es recomendable,
recordando lo ya hecho
años antes, por despecho
del Master, sin tantas ganas
Ludwig devoró bananas
cual hambriento orangután.
Bastante mal acabó
cuando al fin se despidió
justo en Minas Tirithlán.

¿Volverán a estar, por cierto,
nuestros héroes todos juntos,
componiendo los asuntos,
desfaciendo los entuertos?
Quizá cuando ya estén muertos,
pero en verdad, nadie sabe.
Mientras, dentro’e lo que cabe,
y a la luz de la memoria
se rescatará una historia
de amistad. Esa es la clave.

miércoles, 28 de julio de 2010

Un libro

Seguramente debo a las marchas forzadas de mi cerebro en estos días, a lo poco que descanso por las noches y a una reciente plática con Rechy Tenenbaum un sueño que podría conformar la trama de un cuento futuro.

En el sueño se suponía la existencia de un libro que era una especie de divinidad, o que compartía algunos de sus atributos (ubicuidad, omnisciencia). Una vez que se accedía al conocimiento de ese libro (de una manera extraña, oculta), era imposible dejar de leerlo. Abrir cualquier otro libro era abrir ese mismo, aumentar el conocimiento de ese libro, su entramado. No es que continuara una única y misma historia --lo que sería, si acaso, espantoso o ridículo-- sino que al leer, por ejemplo, el Ulises de Joyce, el cerebro o algo superior al cerebro trazaban los caminos que hacían que el texto de Joyce se añadiera a la historia y la trama de aquel libro imposible. Que al leer "Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera" se estuviese leyendo parte de ese libro. O al leer a Kafka, Homero o cualquier otro. Y lo mismo al escuchar con nostalgia una vieja canción en la radio o al mirar las noticias en el televisor. Supongo que ese libro sería un símbolo del universo o, por lo menos, de la vida, que es la manera en que cada quien percibe al universo.

Tal vez no llegue a escribir este cuento; tal vez lo abandone antes de comenzarlo por su similitud con “El Zahir” o con The Matrix.

miércoles, 11 de marzo de 2009

2008 (lo bueno) + Premio dardo

(el borrador es de finales de enero :O)

A pesar de todo lo que menciono en la entrada de "lo malo y lo feo" --a pesar, pues, de no lograr nada de lo que, en distintos momentos, me había propuesto--, hubo, desde luego, mucho que rescatar, sobre todo, a la gente.

Lo mejor, acaso por inesperado, fue el descubrir de repente a dos grandes amigos en personas que, además, conocía de tiempo atrás. La relación con Armando y con Ernesto, como ya se los he hecho saber, slvó al año pasado de la nada absoluta, de la desesperación, y cargó la balanza hacia el otro lado, que me permite --¿ingenuamente?-- echar pa'lante y seguir con optimismo. Hacía tiempo que no pasaba tanto tiempo con personas con intereses, gustos e influencias tan parecidos a los míos. Desde los años de cabaret, acaso... Se aparecieron, además, en un momento inmejorable: justo cuando andaba yo desanimado por la partida de mis queridísimas Karla y Esbed, quienes me habían mantenido a flote un poco antes --de nuevo, justo a tiempo--. Una fugaz e intensa potenciación de su amistad es definitivamente otra de las cúspides de 2008. Las extraño mucho a ratos, queridísimas. Necesitaban irse, eso sí, ni dudarlo. Besos, besos, besos a las dos (¡Karla! ¡Qué sorpresa!).

- - - -

La versión original, la que se perdió para siempre en el ciberespacio, incluía una larga redacción de otras personas a quienes me gustaría o creo que me hizo falta haber visto más (Gabriela, Rodrigo, la Mamma, Rul, Jes, Tor, Vitch, Roy, ш, Vera, el primo Pichulfo y la tía Marisa, sobre todo); otra de cómo Raf y Richie se han convertido en una especie de familia acá en Xalapa --familia a la que, como a la demás, cada vez veo menos-- y otra de gente a la que no vi, y que me gustaría haber visto (Alan [a quien finalmente vi hace un par de semanas], Karelia [a quien ya vi dos veces este año =D] y al bueno del Pablo [ayer recibí una llamada suya, aunque en un momento no muy oportuno... Debo regresártela, che... es que me quedé dormido...]).

- - - -
Y ahora toca agradecer al único, inigualable y maligno Don Armandís Oscuro por haberme lanzado este honorable Dardo. A usté, Don Armandís Oscuro... Darmuro, no lo conozco tan bien, pero asumo que el buen Don Armandís de Mina ha puesto the good word pa mí. Agradézcale a él también de mi parte.

Iren:




Y esto también:

Con el Premio Dardos se reconocen los valores que cada blogger usa al transmitir valores culturales, éticos, literarios, personales, etc., que, en suma, demuestran su creatividad a través del pensamiento vivo que está y permanece intacto entre sus letras, entre sus palabras. Estos premios fueron creados con la intención de promover la cofraternización entre los bloggers, una forma de demostrar cariño y reconocimiento por un trabajo que agregue valor a la Web.

*no voy a llorar, no voy a llorar* *gasp*
Amigos... Acepto este premio con humildad y, y... Gracias a mis padres y a mis hermanos; gracias a mis amigos... no traje un discurso escrito y, y... bueno, queda hacer llegar tres premios dardos a tres nuevos ganadores. Los premios dardos que otorgaré son para:

*redobles*

Anavitch, por su perspectiva sardónica, amplísima e hilarante de la vida.

Coyotito, por el fuego que lleva dentro, por sus ideas y su deliciosa personalidad.

ш, por animarse a hacer el viaje de su vida, por su locura, el juego, las pláticas, las cosas, los juguetes y las góndolas.

A todos ellos, también, por su amistad y por su fuerza, que ayuda a sostener a estas dos patas de palo, a pesar de los temblores.

Como en otros premios de este estilo, a quienes lo han obtenido les toca escribir una entrada, incluir la imagen, premiar a su vez a tres personas e incluir las razones para hacerlo, avisándoles pa que senteren.

Salús y abrazos pa quien se deje.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Calavera local (para Nuye Formidablis)

Pos asegún que nos íbamos a juntar unos amigos que ya casi nunca nos juntamos, pero al final, como siempre, se rajaron, y ya no les pude leer la calavera que, a pesar de mi flagrante pereza, preparé pa la ocasión, y que sigue a estas líneas. [Aclaro que al final ya estaba muy cansado y me fue imposible evitar --pero igual lo lamento-- el ripio ese (jugamos/llamamos)]. Y dice:

- - -

¿Quién iba a decir, qué cosas,
que el Formidable Nuye,
quien busca, encuentra y destruye
a gnolls, goblins, mariposas,
dragones, duendes, esposas
y otras terribles criaturas
habría de morder las duras
piedras, el vil polvo? Hombre
valeroso y de buen nombre
también descansará a oscuras.

Azúcar, como cantaba
la cubana cantadora
al buen Nuye en mala hora
le trajo de calatrava
la cruz con la que peleaba:
una pinche hiperglucemia
que lo obligaba a la abstemia
de toditito lo rico.
Nuye cedió y abrió el pico
para proferir blasfemias.

Y aprovechando la cita,
sin repensar en los males
se comió quince tamales
dulces, cien calaveritas,
cuarenta donitas fritas,
tres litros de chocolate,
dos panes de muerto, un ate,
cuatro helados, seis paletas
y ciento veinte galletas.
—Ora, Nushe, comportate—,

dijo la terrible muerte
con su acostumbrado acento
argentino, ¡qué portento
de vozarrón, qué fuerte!
Le tocó la mala suerte
al buen Nuye, ya ni modo,
de hacer un hoyo en el lodo
—o en la tierra, que es lo mismo—,
de adentrarse en el abismo
y despedirse de todo.

Al réquiem fueron un Chusto
de mirada sospechosa,
un druida, el monje Sosa,
un buen clérigo robusto
—que, aunque un poco a disgusto
intentó con su peyote
y en nombre del tecolote
reanimar al susodicho—,
una bruja con su bicho
y el paladín Asterote.

No se veían hacía años
y no se reconocieron.
Casi hasta que se fueron
se trataron como extraños.
En el recuento de daños
fueron cayendo en cuenta
de que esas cosas lentas,
confundibles con mendigos
eran los viejos amigos
de mil batallas y afrentas.

Era tiempo del viaje;
nuestros héroes, con congoja
y llanto quemaron la hoja
del querido personaje.
Lo metieron en su traje
elegante, el de catrín,
repartieron el botín
y tras diez días de velarlo,
ungirlo y momificarlo
se despidieron por fin.

Decidieron irse juntos
pa recordar los momentos
en que cada uno a quinientos
enemigos daban puntos
finales. Sus asuntos,
no sin poco desacierto,
como todos van despiertos
sin simulaciones charlan.
De pronto apareció Fharlaghn
y les dijo, boquiabierto:

—¡El gran Nuye no está muerto,
sólo está tomando siesta!
¡Hay que armar una gran fiesta,
un gran toquín, un concierto
que celebre al ojituerto
y a su envidiable vida!
¡que cuente las horas idas
y todo el rol que jugamos!
¡Al Dungeon Master llamamos!
¡Que prepare la partida!—

martes, 29 de mayo de 2007

Fin y bienvenida

Un fin de semana como pocos, de reencuentros y pláticas, de juegos, de cerveza, Calamaro y don Elíades, hot cakes, familia, alberca y arracheras. De cosas que nunca pensé escribir en mi celular ("¿A qué hora es la misa, carnal?"), de falta de tiempo para ver a todos los que quería (Vi, Eljose, Jonathan, Edu, don Zapatón), pero el suficiente para ver a otros tantos (Esbed -¡Nos picaron las pulgas, muxer!-, Jes, Vale, Rul, Raúl & Lupita, Mutter, Rodrigo, Abuela, Pichulfito, Marisa, tías y tío).

El sacerdote hablaba muy parecido a como lo hace Felipe Calderón. Un demagogo insulso, como tantos otros sacerdotes y políticos. Un cartel curioso en el periódico mural: [Con su Donativo de $100, se le regala un boleto para la rifa de un automóvil Blablablablabla blabla. Venta de boletos aquí en la parroquia].

Ya junto al río y el sopor que provoca automáticamente el bautizo -¿será una reminiscencia de los años mozos?-, una payasita que seguramente me hubiese hecho llorar de niño. Eso sí, sabía cómo hacer animales y otras cosas -que espero fueran espadas-, de globo, y mantuvo bastante entretenida a la concurrencia infantil y a todos los que quisieran actuar como si fueran parte de ella (algunos papás hicieron carreras en gatas y otras cosas). También Omar y el Jolver -¿así se escribirá?-. Coatza, sobre todo, una deliciosa y larga plática dividida en fragmentos que comenzó y terminó en distintos andenes del adeó.

Villahermosa por la noche. Una nueva plática que duró buena parte de la madrugada. Otra vez, por supuesto, la muerte. Los funerales, me dice, son como parte de un sueño, aun mientras suceden, y parecen no formar parte de una continuidad temporal real. Al día siguiente, hacer el desayuno, abuela y primo visitantes, piscina, Caballeros del Zodíaco, W11, y por un momento tengo 10 años. Después, casa de la abuela y Pachuca campeón.

Coatzacoalcos y Villahermosa. He escuchado cientos de veces esa construcción fonética -normalmente antecedida por Xalapa y Veracruz-, pero pocas ha significado tanto como ahora.

Otra vez, cansado y contento. Otra vez ha valido la pena.
-------------------------
Den la bienvenida -de preferencia en forma de lombriz- a QUELONIA TESTUDINA.
-------------------------
Y no se preocupen, ya no vuelvo a poner textos en verso =): Gracias Vi, Midori, M, Nolo, A. Dellira y Ro, que me hicieron saber su opinión. También a Polo y al buen Matt y a las otras doscientas quince personas que pasaron por acá en la semana que se quedó ese post, aunque no hayan puesto nada, ni dejado estelas ni muestra alguna de ello. Entiendo que es complicado comentar textos así.

Salús a todos.