Hay ocasiones en que, para sobrevivir, se vuelve necesario perder por completo -arrancar de tajo- la esperanza. No la de la supervivencia, desde luego, sino la esperanza de la vuelta, del regreso, de la reconciliación. El comprender que de ninguna manera, de ninguna, volverán a estar juntos, ni siquiera como amigos -esa sería una manera, ¿no os parece?-. Aceptar las culpas y vivir con ellas, sin dejar que nos abrumen, sin sucumbir bajo su peso. Llevarlas guardadas en el bolsillo de la camisa, como una piedrecilla, más o menos del tamaño de una canica, lo suficientemente pequeña para que no nos moleste, y lo suficientemente grande para no permitirnos olvidar que sigue ahí, y poder, de ese modo, actuar en consecuencia.
lunes, 6 de agosto de 2007
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