En el campo de la literatura, la mayor parte de los espíritus creativos cuya producción artística es escasa atribuyen esta falta al perpetuo temor de caer en el lugar común. Alegan incluso que la falta de dudas ante la página en blanco generalmente se debe a la ignorancia o a la inexperiencia, y aseguran que la llamada inspiración no es sino un invento de los griegos, que podían permitirse construcciones lingüísticas a diestra y siniestra con absoluta libertad, pues en su época hasta el lugar más común estaba aún inexplorado. Abiertamente los desdeñan y restan valor a su trabajo. De forma secreta los envidian hasta que la sangre les hierve, y quisieran haber vivido en la antigüedad, desplazándose ligeros por los mercados de Atenas, sin decidirse si atender a la Academia o sumergirse en los placeres dionisíacos que prometían en cada esquina los burdeles bulliciosos.
Este temor es en sí mismo también un lugar común, y es un lugar común decir que no hay nada original, y que los mitos son colecciones de lugares comunes, y que toda historia que toque las fibras sensibles del individuo debe basarse en un mito, y que no por ello todo esto es menos cierto. Y además, a fin de cuentas, esto importa poco o nada. ¿Qué de malo tiene, pues, emular a Homero, a Esquilo, a Horacio o Cicerón? ¿A Dante, a Shakespeare, a Cervantes? ¿A Wordsworth o a Goethe? ¿A Thomas Mann? ¿A Reyes, a Borges? ¿A Rulfo o Arreola? ¿A Tolkien? Todos, de algún modo, han fincado sus historias en otras que las preceden, y todos se han repetido y se repiten mutuamente hasta el infinito. Al final, y este es, para no variar, un lugar común también, la figura del autor está sobrevaluada.
Así pues, y sin excusas, escritor: escribe. Escribe, escribe. ¡Escribe! A fin de cuentas, lo peor que podría pasar es, con o sin conocimientos previos, con o sin educación literaria formal, con o sin intención de hacerlo, volver a escribir un clásico de la literatura o, ya de plano siendo crueles, una nueva Guerra de las galaxias o unos novísimos Harry Potter o Crepúsculo.
O, pensándolo mejor, no escribas nada.
viernes, 24 de agosto de 2012
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