Él, E, debe haber sido mi primer amigo. Lo conocí antes de entrar a la escuela, cuando su madre se mudó a Villahermosa, con él -que a la sazón tenía un año de edad- y con su hermano, J, recién nacido. Crecimos juntos; fuimos a las mismas escuelas por mucho tiempo; jugábamos fútbol en la calle -practicábamos centros y tiros a gol en su jardín- y NES y SuperNES en nuestras casas; veíamos pelis y nadábamos los fines de semana... Hubo una marcada separación entre nosotros cuando yo me cambié de escuela, separación que se hizo mucho más profunda cuando me fui a Veracruz, a cursar el último año de la preparatoria. A partir de entonces nos veíamos sólo una o dos veces al año, casi siempre con mucha gente alrededor -era increíble la cantidad de gente que lo seguía, que lo idolatraba-, por lo que pocas veces pudimos platicar a gusto, como lo hacen los amigos. Siempre nos prometíamos que lo haríamos después; que él pasaría a la casa a tomarse unas cervezas, que yo pasaría a su casa otro día, cuando no hubiera gente... Eso nunca pasó, y es algo doloroso.
Cuando supe que había muerto, no lo sentí al principio sino como un golpe de aire -o de falta de aire-, una impresión fuerte, pero exenta de dolor, algo así como cuando se va la energía eléctrica a la mitad de una cena, de una lectura o de la redacción de un post largo.
Tras sendas muertes fui a Villahermosa, a acompañar a las familias. Platicar. Francamente no recuerdo cómo me sentí. Sé que estaba triste, pero no como para llorar. Vacío, eso sí; falta de aire por momentos.
Termino de contar: la primera tarde que estuve en Villahermosa, tras la muerte de E, fui acompañado de mi hermano a ver a J y a su madre, cuya casa queda a unos cien pasos de la mía. Hablé con ellos, todo igual, yo, ecuánime, vacío a ratos, recordando -formas, partes de la casa, muebles, paredes, plantas, juguetes, objetos-, él, yo creo, más o menos igual, ella, deshecha. Familiares, amigos, comida, lo normal en estas ocasiones. Yo, incólume, vacío a ratos, recordando en voz alta junto con ellos. Pasó un rato y se hizo hora de salir (yo soy pésimo para las despedidas), y así lo hicimos.
Abrazos, buenos deseos, J nos acompaña de la puerta a la reja de salida; a la izquierda, el jardín, mientras caminábamos por el centro de la rampa de los autos, por la que bajamos cientos de veces en Avalancha, las flores rojas-anaranjadas con miel, el árbol de mango, el de nanche...
Esa fue la primera vez que lloré una muerte. Rodillas al suelo y todo.
Durante todo ese fin de semana tomé cerveza y escribí...
El lunes los resultados.
Joder con la relatividad del tiempo. Me parece que hace muchos años que no lo veo. Acabo de hacer un experimento, y me acuerdo perfectamente de su voz. Está diciendo groserías y se ríe.
Salud, pues.
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