martes, 25 de agosto de 2009

Fin de semana

Tiempo a solas con mi padre. Hacía mucho tiempo que no pasaba. Una buena película; largas pláticas, lentas, tranquilas, agradables. De mis planes, de la vida, de dios y la divinidad. Supongo que era tiempo.

Cuando estoy con él recuerdo lo mucho que nos une; cuando no, normalmente me cuesta trabajo recordarlo.

Desde hace meses he comenzado a ver en mí la necesidad latente de estar cerca de él. En mi último viaje a México me pareció verlo claramente en el metro. No era él, sino un hombre de unos diez o quince años más, bastante más delgado, pero con un aire que lo hacía verse similar. Recordé que las últimas veces que lo había visto se notaban ya las marcas que el tiempo ha dejado en sus facciones, en su cuerpo: sus fosas nasales, sus ojos y las ojeras bajo ellos, la papada, la incipiente joroba en la espalda...

Tiene un nosequé de tétrico ver a los padres envejecer, como una premisa de la muerte que se acerca, inexorable.

viernes, 14 de agosto de 2009

El don del futbol

Una aflicción verdadera nos hace más accesibles a la dicha, y es
natural que así suceda, pues de lo contrario el dolor nos mataría.

DICKENS


Romarinho Fossiccella nació para jugar al futbol. Fue el noveno de catorce hijos de una familia de clase baja en Río de Janeiro. Su padre, un comerciante italiano venido a menos, abandonó a su familia cuando Romarinho tenía apenas 9 años, dejándolos en la miseria absoluta. Su madre, de nombre Elvira, se vio obligada a mudarse con todos sus hijos a una paupérrima favela, susbsistiendo como tejedora y vendedora de hamacas.

Romarinho nos cuenta en una de sus entrevistas más famosas (con Ricardo Nunes, en septiembre de 1953 para Mundo Futebol): "Yo solía acompañar a mi madre en sus ventas; la ayudaba a cargar las hamacas; ella lloraba durante todo el camino y también durante las transacciones unas lágrimas enormes --yo juraba ver las marcas que habían dejado en el polvo cuando volvíamos--. Había sido criada como hija de familia; tocaba el piano, ¿sabes? Los hermanos mayores cuentan que antes de que lo vendieran se reunía toda la familia alrededor de él a cantar viejas canciones. Ella no estaba a costumbrada a esa vida de comerciante, pero se vio obligada por la situación: catorce hijos ¿sabes? Cuando le preguntaban cuántos hijos tenía, ella, después de contestar, mascullaba algo, que yo siempre había interpretado como una maldición. Muchos años después vine a saber que ella repetía unas palabras del argentino Borges, ¿sabes?, del cuento aquel 'La casa de Asterión'; ella decía: 'sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos'... En fin. En esas largas caminatas con las hamacas que mi madre había tejido a cuestas, yo me hice la promesa que tan pronto tuviera la edad suficiente para buscar el dinero por mí mismo, mi madre no volvería a pasar por esas penas. Y ya ves... Si en verdad, como dices, fui bendito con el don del futbol, debe haber sido para sacar a mi buena madre de la pobreza".

viernes, 7 de agosto de 2009

Hoil

427. MERIDANO.
Gentilicio de Mérida; fuera de Yucatán todos nacimos en Mérida, porque si uno mismo no miente, diciendo que nació en Mérida, es nuestro interlocutor el que se encarga de decir la mentira. -¿Yucateco? De Mérida, ¿verdad? -Sí, de Mérida- reafirma un nativo de no importa qué aldea. Meridano en maya se dice HOIL, de T-HO', antiguo nombre prehispánico del centro ceremonial sobre el que se fundó Mérida e IL, sufijo de relación genitiva o de oriundez; lo contrario de meridano, que es un privilegio para el yucateco, es ser de un pueblo, ser poblano; del mismo modo antiguamente, si se era meridano, había que ser "gente del centro" o de lo contrario si era "barriano o gente de barrio o del barrio"; esto último equivalía a "vivir fuera del adoquín"; - ¿Por qué te llevas con Fulano? ¿No sabes que vive fuera de adoquín? O lo que es lo mismo fuera de la zona central pavimentada. (V. ADOQUINADO, DA).


originalmente, de Jesús Amaro Gamboa en su columna "Diálogo", del Diario del Sureste, que se publicó del domingo 6 de marzo al domingo 27 de noviembre de 1988. Yo lo obtuve de la página de la UADY.

Raindrops

jueves, 6 de agosto de 2009

One side will make you grow taller and the other side will make you grow shorter (o San Isidro)

(Segunda parte de Esbetunes y Paquello salieron a la montaña)

[Me encontré con este viejo texto en la oficina; lo comparto, pues, con todos]

Tras considerar por un instante la futilidad de cualquier enunciación relativa al estado reflexivo y a la mágica iluminación a la que llevan —e incluso, reprocharse a uno mismo la necedad al intentar hacerlo—, quedan solamente los destellos, las formas y las danzas, los cantos, los colores y la intensa satisfacción de saber que el universo respira con nosotros: la energía innata, el fuego interno, el resabio del aroma del incienso que nos ofrecieron hace miles de años, cuando fuimos dioses.

Cualquier palabra es vana, por su artificialidad, por su naturaleza de constructo. No hay, no puede haber palabras mágicas. Mucho menos palabras divinas, que prodiguen la existencia, que promuevan la virtud. Nada dicho, nada escrito, ni siquiera la poesía, puede siquiera asemejar la sensación de reconocerse de nuevo en todos los elementos que componen al mundo: aire, agua, fuego, árbol, piedra, hueso, carne. Todo en sí y no las palabras que lo nombran —las palabras, más bien, con las que lo nombramos—. Una misma y única pasión invade ese ente perfecto, ese Behemoth terrenal, gólem de sangre, construido a imagen y semejanza de cada uno de sus componentes.

Lo mismo que nos nombra y nos aprehende; lo mismo que nos permite conocer, nos restringe, nos destroza, nos ahoga con sus trazos, con su reducido número de sonidos defectuosos, de imperfectas estructuras, tan lejanas del idioma original que utilizaron los ancestros y que sigue latente en el resto de las cosas. De nuevo, olvidar todo lo dicho, lo recorrido. Olvidar el sueño y el cansancio y dejarse llevar.

Acaso la música, la más primigenia —también, acaso, la más pura— de las formas de arte, pueda, si no describir (después de todo, ningún sentido tiene el intentarlo), sí convivir en tiempo y en espacio con todo lo demás, marcando las pautas (de nuevo, no per se, sino mediante la perfección de su armonía) de esa soberbia, inconcebible respiración universal.