martes, 4 de septiembre de 2012

Requiescat In Pace, Michael Clarke Duncan

Cuando apareció Armaggedon en 1998, esa película pésima (y encantadoramente palomera) uno de los temas habituales entre quienes recién ingresábamos a la escuela preparatoria no era tanto el heroísmo de un grupo de seres humanos comunes y corrientes para defender al planeta, ni el sacrificio de Bruce Willis o la consecuente pérdida del padre para Liv Tyler; ni siquiera, vamos, sus sorprendentes curvas o la insistencia en que ella era "la chava que salía en los videos de Aerosmith", sino el tamaño del tipo, hasta entonces desconocido (aunque ya llevaba algunos años en el medio, haciendo papeles menores), que había hecho el papel de Bear. Todos estábamos seguros de que lo veríamos de nuevo. No sabíamos, eso sí, con qué tanta frecuencia.

Al año siguiente, sorprendió a todos con su actuación en The Green Mile, papel con el que fue nominado al Oscar y al Globo de Oro, y ganó un premio Saturn. Desde entonces trabajó incansablemente en un gran número de proyectos --casi 80--, entre videos musicales; videojuegos; series, films y animaciones para TV y, por supuesto, películas de cine, en varios géneros.

Imposible resulta saber si ese ajetreado ritmo de trabajo influyó de alguna manera en el problema cardíaco que demostró sus síntomas de manera intensa a partir de mediados de julio de este año. Al menos en apariencia, era un tipo tranquilo y relajado, con una sonrisa fácil y gran amabilidad, a pesar de su gran carga de trabajo y de ese enorme corpachón que tenía, por lo que no era difícil identificarlo con la figura de gigante bondadoso.

Aquí, una de mis escenas favoritas entre las muchísimas en las que apareció durante su larga y fructífera carrera, y que justamente platicaba entre risas con mi hermano Rodrigo la noche del 2 de septiembre, unas horas antes de su muerte.



jueves, 30 de agosto de 2012

Si alguien ve Cerro del aire por ahí, cómpremelo por favor, yo se lo pago. Y cómprese uno también para sí, porque si lo escucha, seguro se lo va a querer quedar.



domingo, 26 de agosto de 2012

De mi primer domingo tranquilo en casa en mucho tiempo

1) Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un domingo en casa, olvidándome momentáneamente de todos los pendientes (que son muchos), de todas las voces contrariadas, del ruido (el rugido) del mundo. La contemplación debería ser un derecho humano inalienable.

2) Cae la tarde; las iguanas se tienden en la barda a disfrutar la brisa fresca sobre los abrojos de hierba perezosa. La lluvia lavó el ambiente en los alrededores de la laguna con espuma de árbol de pan. Las nubes mantienen el sopor. El zumbido persistente de las chicharras recuerda que el verano se extiende aún sobre la tierra.

3) He vuelto a leer El miedo a los animales de Enrique Serna. Debería venir en los programas de secundaria. Lo propondré para un círculo de lectura en el que se considere la revisión de autores eméritos del pensamiento latinoamericano (Bolívar, Sarmiento, Martí...). =P.

4) He vuelto, asimismo, a la lectura de Torri. Qué lucidez. Sigo siendo admirador de su prosa límpida fundamentada en breves iluminaciones. En poco tiempo, sin duda, retomaré mi abandonada tesis.

5) Qué pena no haber podido asistir a la boda de mi buen amigo R. Planeé todo para ir, pero el cuerpo dijo otra cosa. Y una serie de eventos curiosos se acomodaron perfectamente para impedir el viaje. De cualquier forma, no me arrepiento, y ha valido la pena pasar el primer fin de semana en mucho tiempo sin prisas ni correteos.

6) Qué buenas semanas han sido las pasadas, aun con sus dificultades y falta de tiempo. Estoy satisfecho con el trabajo realizado y entusiasmado para lo que viene.

7) Green hearts. Green hearts everywhere.

viernes, 24 de agosto de 2012

De los lugares comunes

En el campo de la literatura, la mayor parte de los espíritus creativos cuya producción artística es escasa atribuyen esta falta al perpetuo temor de caer en el lugar común. Alegan incluso que  la falta de dudas ante la página en blanco generalmente se debe a la ignorancia o a la inexperiencia, y aseguran que la llamada inspiración no es sino un invento de los griegos, que podían permitirse construcciones lingüísticas a diestra y siniestra con absoluta libertad, pues en su época hasta el lugar más común estaba aún inexplorado. Abiertamente los desdeñan y restan valor a su trabajo. De forma secreta los envidian hasta que la sangre les hierve, y quisieran haber vivido en la antigüedad, desplazándose ligeros por los mercados de Atenas, sin decidirse si atender a la Academia o sumergirse en los placeres dionisíacos que prometían en cada esquina los burdeles bulliciosos.

Este temor es en sí mismo también un lugar común, y es un lugar común decir que no hay nada original, y que los mitos son colecciones de lugares comunes, y que toda historia que toque las fibras sensibles del individuo debe basarse en un mito, y que no por ello todo esto es menos cierto. Y además, a fin de cuentas, esto importa poco o nada. ¿Qué de malo tiene, pues, emular a Homero, a Esquilo, a Horacio o Cicerón? ¿A Dante, a Shakespeare, a Cervantes? ¿A Wordsworth o a Goethe? ¿A Thomas Mann? ¿A Reyes, a Borges? ¿A Rulfo o Arreola? ¿A Tolkien? Todos, de algún modo, han fincado sus historias en otras que las preceden, y todos se han repetido y se repiten mutuamente hasta el infinito. Al final, y este es, para no variar, un lugar común también, la figura del autor está sobrevaluada.

Así pues, y sin excusas, escritor: escribe. Escribe, escribe. ¡Escribe! A fin de cuentas, lo peor que podría pasar es, con o sin conocimientos previos, con o sin educación literaria formal, con o sin intención de hacerlo, volver a escribir un clásico de la literatura o, ya de plano siendo crueles, una nueva Guerra de las galaxias o unos novísimos Harry Potter o Crepúsculo.

O, pensándolo mejor, no escribas nada.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Nos olvidamos un rato del mundo... y eso tiene consecuencias.