Hoy es uno de esos días. Amanecí con The Fragile y me pasó la factura. Ya sabes. Sólo me pasa cuando hablo con ella. Y ayer fue tan agradable... vi a gente que tenía meses sin ver, reorganicé estructuras, resolví acertijos e invadí hogares. Comí un delicioso camarón y resolví no conocer a otra señorita de azúcar y canela. Pero una llamada basta para volverse, como Horacio, el terrible buzo de lavabo, y decantarse en la desconocida oscuridad de las tuberías, sentir un hueco en el estómago y no reconocerse en la escritura... Todo pintaba tan bien, y ahora...
Pero, como siempre, ya pasará.
Les dejo un viejo apunte, para su exigente arrogancia. Saludos.
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(jueves dos de febrero de dos mil seis)
Mi mano emite sobre la libreta una sombra múltiple y morada. Es raro. Yo no recuerdo haber tenido este lunar antes. Qué extraño es sentirse aprehendido, conocido, consciente de sí mismo y del mundo que a uno lo rodea y de repente sorprenderse por algún elemento básico de la física (efectos desconocidos o nunca experimentados en carne propia de la luminosidad, la dinámica o el magnetismo) o de algún cambio en el propio cuerpo.
Hace unos seis meses descubrí, después de bañarme, mi primer lunar rojo. Lo tengo un poco abajo del hombro derecho. Ahora es muy pequeño, casi imperceptible, pero dada la manera en que se han desarrollado estos lunares en mi madre y en mi abuela, podría asegurar que conozco su evolución y que, de llegar a ser viejo, tendré un lunar del tamaño de una cabeza de alfiler, roja como granada. Y mis nietos, si tengo, me preguntarán qué es eso, y yo les diré que no sé, pero que se me ha perdido mi alfiler rojo favorito.
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