Después de transcurrida una semana desde la última vez que Mumaina había visto a Aari su preocupación arreció. Fue a la biblioteca de la ciudad para preguntar por él y ver si lo encontraba (había un túnel que conducía del sótano de su casa a uno de los de la biblioteca; sólo ella y su marido sabían de él). Nadie supo darle noticias del paradero del bibliotecario principal. Ella, ya visiblemente exaltada, corrió entonces con las autoridades de la ciudad y rodeada de ellas llegó a su casa y a la puerta de su sótano, llamó quedamente primero, después más fuerte, y luego, ya desesperada a gritos y a golpes. Se tuvo que tirar la puerta con un ariete. Mumaina se desmayó.
El hedor era insoportable. Aari Umayr yacía sobre el piso de piedra. Sanguinolento, lleno de larvas, se extiende en la pared más grande un mural grotesco y hermoso. Representa a un hombre arrodillado, vestido suntuosamente, que sostiene entre sus manos el medallón de la familia Umayr; a lo lejos, las montañas; más cerca, el mar. Un conocimiento básico de la geografía regional provocó en cuantos lo vieron un fugaz extrañamiento, una sensación indefinible de vacío: Atendiendo a las inmediaciones, el hombre pintado con sangre debería estar en la plaza central de Maikh' Sikh; sin embargo, estaba enmedio de un desierto.
Se celebraron esa noche las exequias, lúgubres y vacías: Además de que la muerte del bibliotecario había sido considerada un suicidio deshonroso, que dejaba a la biblioteca sin un dirigente apto, y la situación, innegable producto de una mente enferma --reproducciones del mural elaboradas por distintos artistas circularon rápidamente por las manos de los habitantes de la ciudad haciéndola enseguida tristemente célebre--, la enorme caravana Kel Tademaket había arribado esa misma noche y situado su enorme y atractivo mercado-campamento a las afueras de Maikh' Sikh. Su líder, Ïtïm Ysämäh, sonreía complacido.
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