Desde el fondo del espejo me mira, tras la puerta que tengo a mis espaldas. Apenas alcanzo a distinguirla, de reojo. Apenas la reconozco, súcubo perfecto, completamente desnuda, con la piel requemada. Qué desperdicio, pienso, y me hago el desentendido; abro el grifo y salen unas gotas apenas: no hay agua. Qué desperdicio, piensas. Yo lo escucho, sonrío a medias.
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